1. Vi, como vería mucha gente, a una mujer sola con una silla vacía a cada lado, y alrededor de los representantes electos de la democracia más poderosa de la Tierra dando una gran ovación, minuto a minuto y durante casi una hora, a la hombre ya condenado como criminal de guerra que continúa llevando a cabo el mayor exterminio de nuestra vida. Parecían muñecos con un resorte o un control remoto, una audiencia de muñecos con chaquetas saltando en aplausos frenéticos al final de cada frase. Y fue el Capitolio, la Casa de la Democracia Estadounidense, premiando al Primer Ministro de Israel con un honor que ni siquiera Churchill tuvo: su cuarto discurso allí.
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