Eran las 6:53 de la tarde del sábado a lo largo del meridiano de Greenwich cuando un sonido parecido al de una ramita al romperse se escuchó en todo el planeta. Era el sonido del hueso poético de los hipersensibles santos tiki-taka rompiéndose. Después de 16 años y una legión de nuevos bizcos, España salió de un partido oficial (se me trabó el teclado, pero me obligué a ser fuerte) derrotada en la posesión del balón. En posesión y, desgracia de todas las desgracias, en el pase. Cuatro de estas cosas sacrosantas arrancadas sin piedad del alfabeto de los pseudoguardiolistas en una mísera hora y media, concretamente la 137ª hora y media (más posible prórroga) disputada por la selección española desde la final de la Eurocopa de 2008. madurez retroen contraataque, que consistió en tiki-taka como cerdo para los judíos.
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